lunes, 12 de enero de 2009

Auster, un hombre en la oscuridad

Obsesionado con la temática de la guerra, Auster al igual que su casi nieto desaparecido, escribe, ya no con la visible huella del escritor que hubiera estado leyendo en ese momento –como un escritor principiante- sino con la visible huella de los rastros que van quedando en una psique atormentada por la guerra y su sentido en el mundo, en la vida cotidiana de las personas. Irack y el despropósito de Bush. La Segunda Guerra Mundial y los nazis. Su propia guerra inventada por: escapar a la locura, al aburrimiento, a la tortura mental, a la pena, porque las penas matan, nos dice su personaje, August Brill. Da igual, es lo mismo. La suya –inventada- es igual de potente, de siniestra y sobre todo de absurda como las otras guerras que, nos dice Auster, fueron también inventadas-creadas por mentes enloquecidas, aburridas, atormentadas. Debían buscar un tormento mayor para olvidar el propio. Por eso existe la guerra.

Los personajes de las guerras se suben a un escenario clásico de la tragedia griega: “Le sort est joué”. Lo único que nos falta en la novela de Auster es el coro que advierte que nada podemos hacer para evitar que suceda lo inevitable. Aunque en las líneas de la novela, se puede advertir este mensaje de inevitabilidad del curso de las cosas.

Lo irónico se encuentra en que ni la mente más brillante, el escritor August Brill (¿o será el mismo Paul Auster?) es capaz de ganarle con su fantasía a la cruda realidad de las mentes retorcidas de la guerra real. Los pasajes más siniestros no son los inventados por Brill, son los recuerdos que tiene de estas otras guerras. Las de ha de veras. La realidad supera con creces a la fantasía y deja una generación completa quebrada. Bloqueada. A oscuras. Y el mundo sigue girando. Y a nadie le importa.

Entonces el hombre lo resuelve en la oscuridad.

Auster no es un escritor fácil. No es literatura de best seller (gracias a Dios dirá él), sin embargo, -por algún extraño motivo- Auster es un escritor muy leído. Es un escritor negro, que siempre mete dolor, pérdida, duelo en sus historias. Le agrega una pizca de locura, de viaje, de Estados Unidos.

Auster nos habla del otro Estados Unidos. Del que no sale en televisión. Del descontento con Bush, de ese que no es obsesivo-compulsivo-consumista. Del que no vive en los malls. Del que no se viste con jeans pitillos y remeras con flecos. De los que están entre la pampa y la vía. De hombres solos con mujeres muertas. De la fuerza vital que ellas se han llevado. De los hombres postrados que han dejado con su ausencia. Y de otras mujeres que han venido a convidarles un poco de su esencia dadora de vida.

Incluso en esta novela –en las otras de Auster es mucho más evidente- en que la pérdida y la muerte son los duelos que cada uno de los tres personajes vive, el hombre, August Brill, que se inventa historias para poder dormir, encuentra un motivo por el que poner en marcha nuevamente su organismo atolondrado en la figura de su nieta abatida. Salvarla a ella se convierte en su leitmotiv.

Leer a Auster es siempre un placer delicado para el paladar. Aguanta y más bien requiere –diría yo- más de una lectura. Abre puertas. Con Auster la historia –o las historias en este caso- dejan de ser lo importante en pos del sentido enorme de la anécdota. Por eso recurre a muchas de ellas, donde la siguiente absorbe la atención angustiante que teníamos en la anterior. Por un momento, largo incluso, pensamos que se trata aquí, a lo Borges, de la historia dentro de la historia donde la una se sale para entrar en la otra… como en ese cuento de Borges en que sentado en su sillón leyendo una historia de misterio el lector se convierte en la siguiente víctima. Pero no. En realidad, con Auster, se trata de otra cosa.

En Auster, como en la vida, no hay buenos ni malos; hay locos que inventan guerras porque, nos deja adivinar Auster, esas mentes están viviendo un infierno dentro de sí, y para deshacerse de él, la única manera es desviar la atención hacia otro infierno aún peor: una pelea, una batalla, una guerra. Cuanto más atormentada está la mente, peor es lo que necesita inventarse.

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