viernes, 28 de noviembre de 2008

Las disonancias cognitivas de mi amiga Alejandra

Mi amiga Alejandra tiene 33 años. Estudió dos carreras, recorrió el mundo, se peleó con su papá (que encontraba que la segunda carrera estaba de más) y después se enamoró. Nunca quiso tener hijos porque los encontraba una carga demasiado pesada. No entraban en su ajetreado horario. Ella pensaba en trabajar, en ganar plata y en irse de vacaciones. Con la plata se quería construir una casa. A su gusto. Optó por el camino de la realización profesional y por sí misma. Le gustaba dormir hasta tarde, holgazanear los fines de semana, leer el diario en la cama con un cortadito con medias lunas, hacer el amor, y volver a dormir.

A mi amiga Alejandra no le alcanzaba el tiempo para todas las cosas que quería hacer. Era una mujer “moderna” de esas que hay por ahí, que estudian porque les gusta -no porque buscan marido en la universidad-, que trabajan por principio, porque cada cual tiene que hacerse cargo de sí mismo -no porque no les quede más opción o porque el marido no las mantenga-, y que además, viven solas. Hoy casi todas las mujeres viven solas cuando empiezan a trabajar, todas son profesionales (sobre todo las de clase media y algunas de clase alta –todavía hay las que van a la universidad y la dejan cuando se casan), todas se quieren realizar profesionalmente, todas tienen, como nos alentaba Virginia Woolf, su cuarto propio. Todas han vivido, más de una vez, la sensación de ser dueñas de su propio destino, paradas en la punta de las escaleras del tren, en Marsella, como Simone de Beauvoir, la primera vez que se fue de Paris sola. Ahora eso ya no es una hazaña.

El feminismo lo lucharon nuestras madres y nos dejaron todo ganado. La mamá de mi amiga Alejandra fue de esas grandes luchadoras. Así que mi amiga Alejandra siempre tuvo el panorama muy claro. No íbamos a perder todo lo ganado hasta ahora. Todo le funcionó de maravillas a mi amiga Alejandra. Todo. Hasta que se quedó embarazada.

Empezó entonces su periodo de encierro. Las mujeres cuando nos embarazamos, nos “encerramos”, porque ya no nos sentimos tan bien como para salir a carretear y si salimos no podemos tomar nada, después cuando nace el bebé tenemos que quedarnos con él, imposible que el papá lo amamante, y lo peor de todo es que cuando cumple tres meses, nos expulsan de sopetón de nuestro encierro y caemos sentadas en el escritorio de la oficina. Perdón. Pero mi amiga Alejandra y yo pensamos que eso no es normal. Sí, leyeron bien: mi amiga Alejandra. Sí. La que no quería tener hijos porque los consideraba un estorbo.

Lo que pasa es que las mujeres, cuando nos embarazamos, nos pasa algo que va más allá de nuestro mundo consciente. Aunque digamos y pensemos que somos profesionales y un hijo no va a impedir eso, algo en nuestra psique nos dice a gritos que de los hijos hay que hacerse cargo. No se los puede dejar a los tres meses. El hijo de mi amiga Alejandra por suerte tiene un reflujo severo (digo por suerte porque eso le permitió a ella quedarse con el chico) y recién ahora que va a cumplir un año, ella tiene que volver a trabajar. Igual no le gusta nada y lo encuentra antinatural. Un año también es poco. Las mujeres dirán: ¿más de un año encerradas en casa? ¡Nos volvemos locas! También es cierto. Tener hijos es un tema. Esta es la disonancia cognitiva de mi amiga Alejandra. ¿Qué tal? Seguro que ahora, no la encontrás tan disonante.

Es un tema porque si volvemos al trabajo a los tres meses, estamos dejando a un bebé completamente inmaduro e inseguro en manos de una tercera persona que no tenemos idea de cómo lo va a acoger en el mundo: las primeras experiencias son las que quedan grabadas más profundamente en nuestra psique, son las huellas subterráneas de nuestra personalidad futura, yo diría que eso es mucho más importante en el futuro de un chico que el colegio que después le elijas…

Si no volvemos a trabajar, somos unas “tontas” –que en realidad lo único que querían era tener un hijo para dejar de trabajar- o sea que, por un lado o por el otro, las mujeres estamos cagadas. Y como a la sociedad, a los empresarios, al Estado, todo esto le importa un divino botón, la maternidad y paternidad responsable no es tema.

Entonces claro, uno levanta a la mañana a los chicos, los deja en la escuela, en la guardería, en el jardín o con la niñera o en casa de alguien, se va al laburo y en la noche, cuando llega, si tiene suerte los encuentra dormidos (porque uno también llega reventado y lo único que quiere es echarse un rato y comer algo mirando la televisión). Y si están despiertos les da de comer algo y los manda a acostarse o los deja pulular por ahí hasta que caigan rendidos…

Pobres chicos que en realidad lo que necesitan es una rutina: que a tal hora se los bañe, después se les dé de comer, se les lave los dientes, se los acueste y se les lea un cuento… ¿Cuántas mamás creen ustedes que después de llegar del trabajo pueden tener la energía suficiente para hacer esto? ¿Y las que lo hacen no estarán un poquito sobrepasadas? Después se quejan de licencias por depresión o estrés crónico: ¿de qué me están hablando? Lo que me sorprende es que no sean más…

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Interesante artículo...no puedo dejar de estar de acuerdo con la idea central: a la sociedad, incluso a los padres y madres, les da lo mismo aquello de la crianza responsable. Lo más paradójico, es que después se quejan -nos quejamos, a decir verdad-, de que no conocemos a nuestros niños, no entendemos sus conductas o nos lamentamos por las "desviaciones" respecto de la forma en que trazamos su socialización.

Lo que interesa es producir, ganar algo de dinero y dibujar los destinos de los que nos rodean.

Sin embargo, creo que en algunos pasajes de tú artículo, se ven condicionados por tú propia realidad social y/o tú círculo más cercano. No todas las mujeres -particularmente ellas-, son dueñas de sus destinos, ni siquiera las de clase media o alta. La sociedad también les tiene deparado roles, que en muchos casos, no son capaces de optar si asumirlos o no. Hay que tener cuidado con ese tipo de afirmaciones.
Es verdad que hoy crecientemente los espacios de la mujer se han ido ampliando, pero todavía falta mucho. Nuestras madres, no dejaron toda la tarea hecha; se sentaron a comenzar a hacer la tarea, pero es el desafío de las actuales generaciones, poder hacerla efcetivamente y que ese esfuerzo no haya sido en vano.

Anónimo dijo...

Es cierto, pero la tarea ahora está quizás más centrada en una tercera via (la de vivir en ambos mundos, sin despreciar los importantes roles de las madres) mas que en continuar batallando por espacios en lo publico... El tema es que si las mujeres seguimos batallando por lo publico como si fueramos hombres no nos queda otra alternativa que la que ocurre hoy: dejar el tema de la crianza a los azares del destino... Tenemos que trabajar y ser independientes pero tambien tenemos que darle la importancia que se merece a la crianza...

Anónimo dijo...

toda la razon del mundo... las mujeres siempre salimos perdiendo... o porque nos quedamos en la casa o porque somos unas madres desalmadas...

Alejandra Saez dijo...

Claro que no quería tener hijos, quizá porque sabía muy dentro mío que me sería imposible dejarlo solo y obligarlo a seguir mi ritmo, pero además y lo más importante, no encontraba el hombre que quisiera compartir conmigo la gran tarea de forjar a un ser humano.
Hoy están los dos a mi lado y por eso estoy muy agradecida. Mi hijo, Camilo, tiene una madre, un padre y un hermano que lo esperaron con ansias, y que lo aman y lo cuidan como todo niño debiera ser cuidado: con amor, con respeto, con responsabilidad y alegría.
Ser madre es para mi un oficio sagrado, no puedo entender cómo nuestra sociedad pasa por alto la importancia de la crianza y obliga a padres y madres a estar lejos de sus críos.
Saquemos cuentas: una semana tiene 168 horas, si dormimos en promedio 8 horas diarias nos quedan 112 de vigilia, de ellas la mayoría de las personas, que trabajan 8 horas diarias, pasan 45 horas efectivas en sus trabajos, nos quedan 67 horas "libres". Supongamos que gastamos 1.5 horas diarias en trasladarnos a nuestros lugares de trabajo, nos quedan 62 horas a libre disposición. Restemos 5,5 horas que gastamos entre el desayuno y la cena, y otras 4 horas que pasemos en el baño semanalmente, nos quedan 52,5 horas, es decir, sólo el 31% de nuestro tiempo. Todo ello si no demoramos más en el traslado, si no hacemos horas extras, si no trabajamos los fines de semana y no vemos televisión. Si somos realistas, podríamos decir que las personas no pasan más del 25% de su tiempo, si es que no menos, con sus hijos. Esta realidad es dramática y perversa. Para terminar, siempre le voy a agradecer a mis padres y en particular a mi madre, el haberme inculcado el valor de la igualdad de género y del trabajo, sin embargo, ya entrado el Siglo XXI, no puedo dejar de interpelar a las feministas de antaño en tanto sus victorias fueron en desmedro de la familia, y en vez de incorporar los valores femeninos en la sociedad, simplemente masculinizaron la crianza e invisibilazorn a los niños y sus necesidades. Así, las muejres de hoy deben trabajar para ayudar económicamente en sus hogares en desmedro de sus propios críos. La verdadera revolución es la igualdad de género en el hogar, con el único objetivo de involucrar tanto a los hombre en la crianza, que finalmente ésta sea realmnete compartida y que ellos (los hombres) , que son quienes legislan y quienes están en las esferas de poder, comiencen a constatar la importancia de conjugar trabajo y familia, ya no con migajas dejándo salir a los empleados una hora antes los días viernes, sino que permitiendo trabajos dignos de media jornada y a distancia.
A mi parecer, al feminismo le faltó trabajo por hacer y más encima nos hicieron flaco favor a las mujeres.