A lo largo de estos años, la lectura ha sido mi fiel compañera. No hay nada que me guste mas que leer. El problema es que apenas uno termina de leer, o apenas uno pasa de pagina se va olvidando. El espacio del olvido es muchas veces mucho mayor que es el espacio del recuerdo. Neruda decía: “Es tan corto el amor y es tan largo el olvido”. La angustia del olvido ha sido la responsable de que siempre haya leído con un lápiz mina en mi mano… Marcando levemente al costado para poder borrar después cuando se trataba de libros prestados –o sea, la mayoría de las veces- y después, con calma, con glotonería, releía y lo hago aún, los espacios marcados, las ideas que me gustaron, o que me impactaron para copiarlos cuidadosamente… “uno nunca sabe porque le conmueven las cosas, Máscarita, te tocan una fibra secreta y ya está” decía Vargas Llosa en El Hablador. Muchas veces me han tildado de memoriona, pero no lo soy, aunque siempre tengo una cita a mano para expresar las cosas… Eso es gracias a esta hermosa costumbre, que tengo desde la época del colegio, en que mis profesores me decían ¡cuánto cita en sus disertaciones!, pero para mi, citar, es algo que va de la mano con leer. Porque cuando uno lee, aprende, se emociona, se va haciendo una imagen del mundo, se va midiendo a uno mismo, se va formando y modificando a la vez. Cuando cito, en realidad convido un poco de mis lecturas, ¿puede haber acaso regalo más hermoso?
Hace unos días encontré, por pura casualidad, en la casa de mi mamá, mi viejo cuaderno de citas del colegio. Lo busqué mucho y por mucho tiempo, y ya lo había dado por perdido cuando lo divisé.
Es un cuaderno blanco, chiquito, marca Billiken, porque en esa época yo vivía en Buenos Aires, y está lleno de calcomanías de Hello Kitty, que me encantaban; las calcomanías y las hojas de carta que coleccionaba. Acá en Chile las llamaban “esquelas”. No se donde fue a parar mi colección de esquelas, pero tenía montones, dos archivadores completitos. Yo creo que desde chiquitito uno forma sus manías, sus hábitos, sus gustos. Yo soy, impajaritablemente, una coleccionista. Mi primera colección fue ésta, mi colección de palabras.
Estas palabras, estas frases, estos poemas, me han acompañado en cada momento, porque incluso cuando había perdido mi cuaderno, seguía recordando la mayoría de ellas, ya que a fuerza de leerlas y escribirlas a uno se le van quedando pegadas en la memoria…
Por eso me animo a recomendar a comprarse un cuaderno bonito –no tiene que ser una Moleskine, diría Sartre- para anotar los pasajes que más a uno le gusten, las ideas oblicuas y las brillantes también. Esto, como los cuentos de hadas, son un regalo de amor como dijo Lewis Carrol.
A mi me pasa mucho que hay palabras que uso mucho, como la palabra mucho y eso es únicamente porque hay palabras que nos gustan mucho mas que otras. Cuando era chica –y por mucho tiempo después- me angustiaba pensar que las palabras se podían terminar, y que después de mucho hablar no tendría nada mas que decir, o peor aún, que al escribir en algún momento las palabras se me podrían acabar. Fue ahí cuando me compré otro cuadernito, el cuadernito de las Palabras Mágicas, que puse después en mi estantería, al lado del cuadernito de las Citas Compañeras. Palabras Mágicas era mi cuaderno diccionario donde anotaba las palabras que no conocía y (subrayado) que me gustaban. Podía gustarme el sentido de la palabra o bien la palabra en sí misma, o bien lo que la palabra evocaba en mí.
Desde chica comencé a sentirme agobiada por las ideas que se cruzaban en mi mente, por todas las cosas que quería hacer y después se me olvidaban, y mi única manera de poner un poco de orden en mi mente era esa de los cuadernitos y las carpetitas y las cajitas… por eso cuando leí a Leibniz lo que más me fascinó fue su lado desordenado y volado. En una de sus cartas él anotó:
“No puedo terminar de decirles lo extraordinariamente distraído y disperso que soy. Estoy intentando hallar varias cosas en estos archivos; busco papeles antiguos y voy detrás de documentos sin publicar. Con esto espero arrojar alguna luz sobre la historia de la Casa de Brunswick. Recibo y respondo una inmensa cantidad de cartas. Al mismo tiempo tengo tantos resultados matemáticos, pensamientos filosóficos, y otras innovaciones literarias que no se debe permitir que se desvanezcan, que a menudo no se por dónde comenzar”.
Leibniz, 1695 carta a Vincent Placcius.
Estas frases de Leibniz me ayudaron a entenderme a mi misma, a intentar ordenarme sin desesperar, y también me dieron la certeza de que aún siendo patas arriba como soy, las cosas igual pueden hacerse y las ideas plasmarse. O dicho de otra manera, la vida privada de los escritores, los filósofos, los artistas dan muchas luces acerca de su propia lucha interna para sacar a flote sus ideas, sus creaciones. Leibniz fue un filósofo brillante del siglo XVII, escritor voraz, trabajador incansable, aunque lo más probable es que lo que nos quede de él es casi únicamente su teoría de las pequeñas percepciones.
Cesar Vallejo dijo una vez que moriría en París con aguacero, porque era mejor no ser nadie en París, que serlo todo en el Perú. Hace poco, Quino –el papá de Mafalda- le respondía a un periodista que bastaba con conocer París para entender porqué había decidido tener su segunda residencia allá, aunque pudiese solo optar por un departamentito de “estudiante”. París resume el zeigest de todas las épocas, la indisoluble unión entre destino y libertad. La mirada a las letras francesas es una especial puerta de entrada a esta ciudad adoquinada donde perduran las fábulas baudelerianas, los aromas pantágruelicos, barcos ebrios recorriendo el Sena, las lagrimas de Emma, espadas hechas de plumas, borbotones rojos decapitados, enfermos imaginarios, adolescentes no dispuestas a comprender, así como el sabor de un pequeño pedazo de madeleine.
No hay comentarios:
Publicar un comentario